Espacios para la cultura

belenylibroEn 2009 Belén Gopegui, autora de obras excelentes como La escala de los mapas El comité de la noche, publicaba una novela que críticos como Ernesto Ayala, de El País, calificaron de «generacional». La novela, que no llegaba a las 200 páginas en su edición original, lucía en su portada la foto de  Iggy Pop, sonriente, mirando a cámara. La referencia al cantante de The Stooges no es gratuita ya que, como veremos, su música (y en concreto la canción Gimme Danger) desempeñan un importante papel en esa pequeña maravilla que es Deseo de ser punk.

Si vuelvo hoy a esta obra (que recomendaba a mis alumnos de bioética cuando les hablaba de la experiencia de malestar sin que existiese una causa aparente), no es sin embargo por su música (una música con la que es fácil sentirse identificado: Gopegui tiene el buen gusto de aquellos que pertenecen a una generación similar a la tuya o a la de tus hermanos mayores), sino porque es una muestra excelente de cómo era el mundo antes del 15M: un mundo sin espacios.

Esto es lo que Martina, la protagonista de la historia de Gopegui, busca desesperadamente. Sí, claro, ella busca su música y eso puede parecer a muchos (desde luego lo fue a muchos de los críticos) el eje de la historia. Pero lo cierto es que Martina encuentra su música. Encuentra a Iggy Pop, a Bowie, a Guns & Roses… lo que no encuentra es un espacio. Y no un espacio para ella, sino un espacio para compartir. Un espacio en el que poder poner su música para que todos la escuchen. Un espacio en el que estar.

Obviamente, en ese mundo pre-15M era más sencillo ver en la novela de Gopegui una vuelta a la literatura de conformación del yo, de autodescubrimiento del adulto, la novela de formación que enlazar con El guardián entre el centeno, desactivado así la carga política de la novela. Para el crítico, la angustia vital de Martina es la de una adolescente (da igual de dónde o de cuándo), sin más causa que su desarrollo vital. Puedes citar a Salinger, a Hesse o al Goethe del Wilhelm Meister.  Todos ellos, como las familias felices, iguales entre sí.

El problema es que, cuando el libro se lee después de 2011, mantener esta interpretación es muy complejo. Belén Gopegui es muy explícita: lo que Martina busca es un sitio, un cuarto propio, y no lo encuentra.

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Si hoy vuelvo a la novela de Gopegui, se debe, precisamente, a su interés por el espacio y a cómo resuena con dos noticias que me encontré ayer en las redes sociales. La primera, publicada en The Spaces (una revista digital especializada en el estudio del espacio y su relación con nuevas formas de habitar la ciudad y de enfrentar el mundo del trabajo), hace referencia a un proyecto del diseñador valenciano Fernando Abellanas, que ha construído un estudio debajo de un puente de la ciudad.

Este espacio es parte de un proyecto más amplio que el diseñador ha llamado «Refugiarse de la ciudad en la propia ciudad», y que consiste en la construcción de pequeñas «cabañas» en espacios «residuales»: aquellos que, como la base del puente, son el resultado inesperado (por no querido) del sistema de producción capitalista. Espacios sin uso evidente. Abandonados. Abellanas reclama esos espacios para convertirlos en habitables. En este caso, creando un estudio oculto a plena vista.

El segundo texto que me hizo pensar en Gopegui fue el de Rhiannon White, publicado en Open Democracy. White, nacida en Cardiff, es cofundadora y directora artística de la compañía Common Wealth, especializada en la creación de perfomances para espacios concretos (site specific perfomance), y el título de su artículo es The future of civil society is dependent of space, que empieza así:

We’re losing space; the spaces where we used to come together to talk, to dance, to debate, to play, to make love, to form new ideas about the world.

El argumento de White es simple: en una época que nos quiere aislados, profundamente individualizados, debemos defender la existencia de espacios (no sólo físicos, dice, también metafísicos) que nos permitan encontrarnos, espacios que sea abiertos, inclusivos, que unan en vez de dividir, espacios creados por y para la comunidad que van a servir.

It has to belong to the people, they have to have a stake in it. It is in the creation and running of these spaces that we will realise human potential and begin to start shaping a future that puts people at the heart of society.

No hace falta comprar todo el argumento a White, ni siquiera señalar cómo esta historia se engarza con el viejo debate del hombre como isla (citar a John Donne, a Friedrich Hölderlin), para coincidir con ella (y con Gopegui, y con Abellanas) en que necesitamos espacios. Pero no espacios privados, no espacios que nos individualicen, que nos separen (aún más) de los que nos rodean, sino espacios que nos ayuden a «hacer realidad el potencial humano y empezar a dar forma a un futuro que ponga a la gente en el centro de la sociedad«. Que esos espacios tengan que estar, en muchos casos, en las grietas, en los márgenes, tal vez no sea casualidad.

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Espacios. Hablar en espacios me lleva a pensar, inevitablemente, en el Pabellón 2 del Cuartel de Artillería (recordando, de paso, que también hubo un Pabellón 1), un proyecto llevado adelante por Rafael Escudero, profesor de nuestro master, en colaboración con otro de nuestros profesores, Jesús de la Peña. El Pabellón 2 fue (¿es?), con todos sus defectos (que los tuvo) y cosas que mejorar (que las había) un espacio como el descrito por White, como el buscado por Martina en la novela de Gopegui: un espacio que ocupar, un espacio que llamar «propio» y que nos permitía crear lazos con aquellos con los que nos apetecía «hablar, bailar, debatir, jugar, hacer el amor, formar nuevas ideas sobre el mundo«. Con aquellos, en definitiva, con los que podíamos crear una comunidad.

En el primer módulo de nuestro master hablaremos, precisamente, de políticas culturales y participación ciudadana, pero en este pequeño post de mitad de agosto quisiera, simplemente, pediros que dediquéis unos minutos a pensar en la importancia de los espacios. En cómo los habitamos y los utilizamos. En cómo podemos utilizarlos para empezar a ser un poco menos frágiles.

Sobre este tema escribo también, en un librito que espero aparezca pronto, sobre la importancia de los objetos y los espacios en la creación de comunidades emocionales. Pero ese es otro tema.

Juan Manuel Zaragoza

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